Martín Risso Patrón
Querido Mario:
Conmigo tu carta de setiembre. Comprenderás que no tengo la menor intención de disculparme por una respuesta que no llega a tiempo. Pero te debo una explicación, que será útil para que tengas un motivo más de convencimiento de que tu amigo vive. Resulta que he decidido vacacionar la rutina, los informes, el curriculo, en fin, los moldes encorsetantes, y dedicarme a vivir la mínima vida íntima que tenía algo descuidada. Es así que me preocupa ahora qué sucederá detrás de las esperas, antes que informar ut supra; preguntarme de qué color será el aire, en el aire, en vez de definir estrategias de abordaje según las cuales nunca se ha abordado algo; recibir mensajes de mí mismo en lugar de de registrar imposibles registros de maestros que no se mueren de pena ni de amor. Volver a un tiempo en el que me creía útil y era útil, me creía bueno y era bueno; un tiempo de golpear la nuez de las cosas hasta abrirla, para después vivir de ellas. Un tiempo parecido a este enero en que te cuento porqué he tardado tanto en responder tu carta. Escribo, Mario querido, sobre la muerte y las esperas y los sueños, y hasta algo mágico me ha sucedido: El mecánico que reúne de a poco los despojos de mi auto un día me trajo con sus dedos grasientos de uñas anchas, una carpeta de amor. Ha escrito un cuento de folletín un guión de broadcasting, y sin atisbo de vergüenza me lo ha dado. Que se haya avergonzado, hubiera deshecho la magia, Mario. Me dijo es un sueño, tiene hasta canciones. Y cuenta de una puta que no es puta y un camionero que no lo es y tampoco militar, como lo era cuando murió su mujer, y que al final se casan. Magia, hermano. También he visto los picheros del pasaje Chiclana, que ahora tiene otro nombre. Ángeles que toman vino y orinan en los rincones del barrio fuera de sus propias almas, en un rincón del alma de uno. Almas de ángeles que no golpean nuestras puertas sencillamente porque no lo necesitan. Almas que se pelean como chicos peripatéticos de un baldío archiconocido. Peripatéticos que discurren sobre la vida y la muerte en sus propias esperas circulando la botella de vino blanco en el pasaje Chiclana de las putas del Regimiento, que ya no es más Chiclana para el catastro porque la moral del sello y el expediente lo ha borrado, aunque ahora no saben cómo borrar ciertos fantasmas que salen a las puertas de los inquilinatos y conversan con los picheros y les dan pan y mortadela y vino y calor y hasta a lo mejor se les entregan en una entrega de amor apasionado como el cuento del mecánico... magia, pura magia, hermano...
jueves, 19 de julio de 2007
INTENTAR SER FELIZ ES COMO GUARDAR EL FUEGO
Martín Risso Patrón
Intentar ser feliz es como guardar el fuego. Imagino a los hombres primitivos encendiendo, por casualidad, una llama que les da calor, luz y alimentos (lo que les trae felicidad), pero no saben cómo lograrla de nuevo. Entonces guardan un poco de ese fuego, y lo conservan al final de cada día. Designan a un encargado para conservarlo en la noche. Al día siguiente lo avivan soplando suavemente, y le ordena al encargado alimentar la llama con desechos que encuentran. Si ese cuidador falla, lo matan. Si tiene éxito, será el brujo o sacerdote que los comunicará con el más allá. Eso me pasa todos los días, cuando guardo una llamita de la poca o mucha felicidad que tuve en el día, para mañana, a pesar de las tempestades que pudieran haber en mi alma; entonces me convierto en mi propio brujo. Cada día que amanece, tomo despojos de esas tormentas de ayer, alimento mi llamita de felicidad, y sólo me queda soplar un poco, un poquito nomás, para continuar. Y así continúo.
Definitivamente: No puedo dejar de ser feliz...
Intentar ser feliz es como guardar el fuego. Imagino a los hombres primitivos encendiendo, por casualidad, una llama que les da calor, luz y alimentos (lo que les trae felicidad), pero no saben cómo lograrla de nuevo. Entonces guardan un poco de ese fuego, y lo conservan al final de cada día. Designan a un encargado para conservarlo en la noche. Al día siguiente lo avivan soplando suavemente, y le ordena al encargado alimentar la llama con desechos que encuentran. Si ese cuidador falla, lo matan. Si tiene éxito, será el brujo o sacerdote que los comunicará con el más allá. Eso me pasa todos los días, cuando guardo una llamita de la poca o mucha felicidad que tuve en el día, para mañana, a pesar de las tempestades que pudieran haber en mi alma; entonces me convierto en mi propio brujo. Cada día que amanece, tomo despojos de esas tormentas de ayer, alimento mi llamita de felicidad, y sólo me queda soplar un poco, un poquito nomás, para continuar. Y así continúo.
Definitivamente: No puedo dejar de ser feliz...
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