Martín Risso Patrón
"Los que lleguen al final, beberán el Icor de los Dioses en la copa de oro, acompañados de vírgenes y donceles, ¡salud y vida eterna a ellos, nuevos o viejos Campeones de la Fuerza!"Los ingleses dicen match, cuando se refieren a un partido de cualquier cosa, siempre que sea en equipo. Así lo dijeron mucho tiempo nuestros periodistas por las broadcastings, me parece oírlos, con una voz casi aflautada no sé muy bien si por su estilo, o por una deformación del éter que me los traía, a mí, un muchacho de medias arrugadas, balero en el bolsillo, antes de salir al zapatero para que me cosa la tajada de la pelota de cuero, siempre bien encebada gracias a Dios, número cinco. No resulta difícil volar con la imaginación para encontrar el origen de ese término inglés en la Grecia Panathinaika o talvez espartana: maquia; para que nos entendamos machía o maquía, en definitiva, combate o lucha. No existía el fóbal. Los ingleses lo llevaron al perfecto estado de presencia vital para una sociedad moderna que se jacte de tal, poniendo simplemente delante de foot, ball, manera práctica de significar “la pelota, al pie”, una vez que se cansaron de enseñar el críquet, el tennis, el croquet, el squash y otros a la gente en las colonias de la lejanía oriental. A nosotros nos agarró por el fóbal -¡Alumni viejo y peludo!-. Se expandió el fóbal por el mundo, en realidad, pero se sabe que sólo a algunos les llegó el entendimiento de que no solamente es músculo y razón matemática. La adrenalina, viejo... la adrenalina es el motor que mueve al mundo en la cancha (término para el que los ingleses no inventaron nada); ellos dicen field, campo simplemente, y nosotros enseñamos al mundo cancha desde la más honda raíz incaica. Porque la adrenalina nueve las fichas en la cancha, en el tablón y en la casa. ¡Atento Fioravanti!, decía alguien, y uno cerraba los ojos esperando la noticia de un gol que podía ser la gloria o desastre para muchos o para pocos, siempre y cuando la estática no metiera ruido en la transmisión. Y José María Muñoz con su voz de gordo calculaba los centímetros del tiro libre, la velocidad del viento y los grados del ángulo de caída del balón para anticipar el goooooooool para bien o para mal, después de la tanda del Gráfico o Gillete o la gomina con tragacanto de Persia, o el aceite Olavina... en la voz aflautada del locutor comercial. Del potrero al club, del club al campeonato, del campeonato al mundial. Esa fue la historia de la adrenalina que por supuesto despertaba por obra de esas ondas de las que se sospecha viajan y viajan por el éter y emergen de la radio en el estante del almacén donde algunos lo escuchan a Fioravanti, me parece verlos, mientras compro figuritas con los escudos de los clubes y las fotos de Labruna, Pescia, Musimessi y tantos otros... y le robo un pedazo de queso a la picada del albañil que se toma un blanco la mirada perdida quién sabe en qué cancha. ¡Qué gloria hubiera sido la yunta Maradona-Labruna allá adelante. Hay quien afirma hoy que en esto del fóbal la Historia no se repite, sino simplemente pasa como un río, que es algo continuo, con lo cual no se hace posible distinguir entre Carrizo (Amadeo, por sup) y El Pato, por ejemplo, porque son lo mismo. La única diferencia es que la Historia tiene su trampa. Sólo tiene su cauce en nuestro corazón, porque, por lo visto en los campeonatos mundiales, la adrenalina pega el faltazo (en la cancha), con lo que se puede concluir que de fóbal, nadie sabe nada, si no es argentino, nacido en los cuarenta, de medias arrugadas, balero en el bolsillo y pelota de cuero con tajadas descosidas, número cinco y figuritas Starosta a piladas, con la cara de los Campeones que hoy sí, hoy, estarán bebiendo Icor con los dioses, acompañados de vírgenes y donceles en algún Olimpo verde con un rayo de sol diagonal como tiene que ser, en ese siempre-domingo-a-la-tarde que nos gustaba tanto con Muñoz y Fioravanti, esperando que vuelva la adrenalina a la cancha, a la que le sacaron la tarjeta roja de vergüenza los que no saben nada de fóbal.
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