miércoles, 18 de julio de 2007

LA URUGUAYITA DE MARCELO T. DE ALVEAR

Martín Risso Patrón

-Te quiero.

-Tú sabés que recién nos conocimos...

-No importa. Te quiero.

Entramos al bar olor de café, me tomo una ginebra y ella, otra. Desde Marcelo T. de Alvear hasta Santa Fe hay un corto trecho que en invierno parece largo pero hermoso, cerca de Odontología. Te quiero le estoy diciendo a una mujer casi desconocida, que aún no tiene nombre, y no sé si lo tuvo alguna vez. Una mujer a punto de ser bautizada en esta noche fría y húmeda. No me cree, le creo; no me cuenta, le cuento. Afuera, hay gente bajo la llovizna. Me voy en un barquito al centro de la mesa mientras no le miento que la quiero y de sus ojos se corre de pronto un color opaco mientras me acaricia la mano con un barquito naufragado en el océano del mantel de bar. Y nos vamos abrazados.

-Ya estás cumplido, por favor...

Me parece divertido escucharla mientras la busco entre las sábanas calientes y me arrojo una vez más al infinito vacío que me desafía desde su vientre. Sandro canta sin importarle un comino las desnudeces y las sombras.

Ese mes fue ritual. Un Ramadán de invierno sin ayuno. Nos hartamos sin saciarnos el uno del otro.

Murió, la Uruguaya, en un allanamiento del inquilinato de Avenida de Mayo a manos de la Gendarmería cuando llegaba la primavera del 73. Le había dado yo diez mil pesos para que cruce en el aliscafo, un par de años antes, a ver a su familia. Nunca entenderé porqué me dijo mi pueblo te lo agradecerá mientras se hundía en el subte con su boinita roja y triste y el tapado gris, para que no la vea nunca más, nunca más viva.

-mbrrr?

-Diga, Alférez...

-Estos son los tupamaros muertos en Avenida de Mayo, mi Comandante.

-¿La uruguayita de la farmacia?, señalando un cuerpo.

-Sí. Treinta y dos años, jefa de la célula.

-¿y?

-Mi Comandante, le encontraron el número de teléfono del Subalférez M., de Campo de Mayo. Al menos ese nombre tiene al lado del número del Casino de Oficiales del Escuadrón 1.

Nunca me dijeron nada. Ni me entregaron la cartita que Ella me había escrito. Una cartita de amor remanida de jazmín o violeta y con tinta negra, en la que se despedía para siempre confesándome su lucha y esperando no haberme hecho daño. Se le cayó al Suboficial G. de la caja de las cosas secuestradas, justo cuando pasaba para el incinerador del Cuartel, y yo lo llamé, y él me dijo:

-No lo escucho, mi Subalférez.Y arrojó su carga al fuego, que no tuvo olor de jazmines o violetas.

No hay comentarios: