Martín Risso Patrón, 27 de agosto de 2.008
Dicen en el barrio 20 de Febrero que hay un perfume maravilloso que se puede oler al mediodía o a la nochecita de algunos días especiales (que son escasos, muy escasos si se trata de evadir un recuerdo que atormenta), en las calideces de agosto de Salta, cuando uno anda por las callecitas soleadas, o en el patio de las casas. Es el perfume de las flores de los paltos anisados domésticos.
Está comprobado que de nada sirve cortar una ramita y ponerla en el comedor, a pesar que algunas abuelas afirmen lo contrario. Sólo los paltos lanzan su perfume, siempre y cuando, atacado de alguna nostalgia secreta, el caminante del pasaje Gobelli, abrumado por quién sabe qué recuerdo, tenga éste la forma de hombre o de mujer, o amor perdido, se detiene en la vereda estrecha, al sol, o a la sombra de la pared de una esquina a pensar en su destino, acosado por ese recuerdo. Si se trata del patio, hay quien ha visto, siempre a la misma hora, a muchas mujeres de la primera cuadra del pasaje, pasearse con los ojos cerrados y los brazos en cruz sobre el pecho, haciendo pensar en el claustro embalsamado de las monjas. Algunos definen esto por lo contrario, diciendo: “haciendo pensar en el bálsamo enclaustrado de las monjas”; ambas afirmaciones están registradas y son objeto de estudio de lógicos o lingüistas y teólogos, para deslindar cualquier indicio de procacidad en alguna de las versiones, que, si existiera, obligaría a rechazarla en el acto.
También es condición para que todo suceda: si es al mediodía, que los pájaros canten; y si es a la noche, que chirríen los grillos no importando la cantidad de segundos de las pausas entre cric y cric que, como señalan algunos, indicaría lo cálido, lo templado o lo frío de la noche inmediata, permitiendo también medir la profundidad del recuerdo, amor, o melancolía de que se trate. El hecho es que, hasta ahora, nadie pudo escapar al acoso de los paltos del barrio. Se conoce que alguna persona que pasa no es del pasaje, cuando, en la veredita sur que a esa hora tiene pleno sol en el mediodía, o está pálida y hermosa a la noche sombreada por algún tarco-lapacho (que también tienen sus flores, que han motivado otras reflexiones que se analizarán en otro momento) no tiene un estremecimiento, posible signo a su vez, para la interpretación de los vecinos, de que no es víctima del peso de algún recuerdo de amor. Entonces quedará en el misterio para toda la eternidad si ese alguien es o no es realmente un muerto de amor o un paciente de melancolía, lo que ha llegado a desesperar a las atentas observadoras de las persianas entornadas, que son muchas.
Acerca de las flores de los paltos del barrio, se puede afirmar que son algo feas, condicionada esta calificación por su tamaño demasiado pequeño; su número bastante grande; su tupidez grávida y su facilidad para caer a la menor brisa, poniendo un paño de color, entre lechoso y morado ácuo, sobre el suelo. Además, se ha podido percibir que los pájaros no cantan en ese momento. Cuando esto sucede, cualquiera puede pasar por el pasaje Gobelli, en el barrio 20 de Febrero, sin tener oportunidad alguna de curar su nostalgia o melancolía, quedando para siempre preso de un recuerdo de amor. Si los paltos lanzan su lluvia de flores en el patio donde estén, y éstas alcanzan a alguien que está recogiendo la ropa del cordel o dando de comer al gato, se ha comprobado que este desdichado o desdichada no tendrá otra oportunidad de conocer la forma de transformar su recuerdo en alegría.
De hecho, hay viejas en el barrio a las que jamás se las pudo sacar del marasmo del recuerdo, con lo que se dedican a esperar la muerte mirando por las ventanas a los que pasan, y si ven que se detienen con una mano en el pecho y las narices abiertas desmesuradamente, con los ojos cerrados, lo acusarán de promiscuo, sea hombre o mujer, del barrio, o de otro lado o latitud.
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