Martín Risso Patrón, 27 de agosto de 2.008
Cuando llegué al barrio, no existías. La conquista de mi madre, la casa, estaba recién pintada y aún tenía un delicioso cerco de alambre con rosas enredadas, y habían sacado, según dicen, la parra del costado que daba uvas doradas verdosas, uvas de barrio. En ese tiempo la casa no tenía límite al fondo, y se veía la calle de atrás, y los perros y los chicos pasaban jugando por el patio. No conociste el olor de la pintura fresca cuando me levantaba o me acostaba temprano en el alba y escuchaba a los gallos, mientras preparábamos café con mi madre. No recuerdo bien si era que yo llegaba o ella salía para su archivo ministerial, donde pasaba sus mañanas con su guardapolvo celeste y las botitas de goma en una bolsa de plástico por si llovía. Ahí mismo donde escribía poesías o cartas a sus hijos, lo mismo que interminables listados de expedientes; donde se jubiló un día de gloria desesperante como jefa de un ejército de papel, tinta y fotocopias, cuyo segundo jefe era El Sello, acantonado en el subsuelo oficial del ministerio. Empezaste por ser un ángel que no andaba y aprendías a volar por los jardines del Pasaje de barro y piedra con tu plumón de pichón al que, según estudios angelicales todavía no se puede clasificar ni por especie, estado o categoría, diciendo los curas que talvez Tomás había dado la última palabra diciendo que era plumón de ángel, previo al plumaje de ángel adolescente, pero ahí se quedó sin argumento porque no le había sido posible determinar si los ángeles tienen edad, o qué edad adjudicarles, siendo siempre jóvenes, los ángeles. Entonces te veía entre los árboles y a veces en el tejado, o simplemente volando hasta que entrabas por la ventana en tu casa quedando una plumita flotando horas hasta que el gato la cazaba. Pero me fui. Fueron tantas las cosas que encontré en el mundo, que al regresar un día al Pasaje, entré por la Maipú arrastrando un carrito lleno de retratos, actas, fotos, atados de ropa con olor de otros países, pomadas indescriptibles, planos de inventos para capturar ángeles y otras cosas (recuerda esto: planos de artefactos para capturar ángeles), respuestas para preguntas nunca pronunciadas, asientos con formas de sentarse eternamente impresas que nunca, nunca más fueron utilizados, zapatos de ir al primer encuentro, primeras palabras de hijos, viudeces y divorcios, y todas esas cosas universales que no sé bien si son amables o detestables, que caben siempre en algún lugar y no queda claro si te ocupan o no los agujeros que fuiste juntando, pero lo que sí es cierto mitigan las heridas a costa de profundizarlas (ese es su costo). Los ojos ocultos del barrio te fueron siguiendo, siempre vigilantes, y a los 25 te santiguaban de puta porque estabas re-linda sobre todo cuando volabas y se podían ver tus piernas y los ojitos pintados volver del madrugón cansador, encima con tres hijos ya, de pollerita, volando siempre. Nunca quisiste sentir los lamidos perversos de las lenguas del barrio, esas que están eternamente detrás de las persianas, gracias a Dios. Pero a todo esto me había ido de nuevo con mi carrito. Ahora que volví ya con sesenta y pico bien jugados, te encuentro con tus 38 ídem y más linda que nunca y sin quererlo o no, nos encontramos profundamente diciéndonos lo mucho que nos conocíamos, admirados de que nunca, nunca habíamos cruzado una palabra ¡y que tanto nos conocíamos! Y en esta fugaz trampa de sábanas, jabones y enlagrimadas almohadas que ya se termina porque es así el juego eterno ese del encuentro furtivo, del rimmel y el rouge y la luz de los mensajes a deshora y vos desnuda y tibia tomando una cerveza y yo, paternal hijo de no sé qué conjuro; ahora que has de salir, lo intuyo, por esa puerta volando a posarte de nuevo en las noches ruidosas con tu amiga, que dicho sea de paso no me interesa, te repito lo que te dije cuando me la ofreciste seriamente en el punto final que estábamos dando, no me interesa conocer; o a conversar, comer y todo lo demás con tu nuevo marido, te pido si por ahí se te ocurre en alguna madrugada de soledad o tristeza (esa tristeza tuya que también conozco): Cuando vengas, no te olvides de cruzar la calle. Tus volidos de ángel son nuestro secreto, y ya no existe el gato que jugaba con tu plumón en el aire del jardín de tu casa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario